Entrevista con Mario Bunge
A los 90 años, lúcido y provocador como siempre, el reconocido físico y filósofo afirma que los intelectuales deben tomar distancia de los gobiernos, elogia a los Kirchner aunque cuestiona ciertas "irregularidades" y cuenta cómo fue que dejó de considerarse antiperonista 
Ricardo Carpena
LA NACION
Ricardo Carpena
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¿Cuál es el secreto para llegar a los 90 años? La respuesta la tiene el  físico, filósofo y epistemólogo Mario Bunge. "Es facilísimo -confiesa a  Enfoques-. Primero, es cuestión de llegar a los 89 años. Después se le  agrega uno y se llega a los 90. ¿Y cómo se llega a los 89? Trabajando  siete días por semana, aprendiendo todos los días alguna cosa y  absteniéndose de fumar, de beber y de leer a los posmodernos, es decir,  absteniéndose de consumir tóxicos, sean materiales o espirituales." 
Bunge es así. Un milagro de la longevidad (nació el 21 de septiembre de  1919), pero también una confirmación de que el paso del tiempo no le  quitó ni un segundo a su fama bien ganada de transgresor y de pensador  polémico. Su cuerpo se mueve tan ágilmente como su cerebro. Editó en  2009 su último libro, Filosofía política: solidaridad, cooperación y  democracia integral, de abrumadoras 600 páginas, pero ya terminó de  escribir uno sobre materia y mente, y está corrigiendo algunos artículos  que darán forma a otro. Se jubiló hace unos pocos meses en Montreal,  Canadá, donde está radicado desde hace 44 años y donde daba clases siete  horas por día, de lunes a domingo, en la Universidad McGill. 
Volvió al país la semana pasada para dar cinco charlas en la ciudad de  Rosario que despertaron pasiones: hubo 1200 inscriptos, por ejemplo,  para escucharlo hablar sobre "Valores morales individuales y sociales". 
Este hombre de ojos celestes y abundante cabello canoso habla con  sencillez y naturalidad de casi todos los temas, aunque reconoce cuando  no sabe de algo. Parece estar lejos del estereotipo de alguien que ha  sido catedrático de filosofía y de física tanto en la Argentina como en  universidades norteamericanas, latinoamericanas y europeas, que ha  recibido prestigiosas becas y que fundó desde la Universidad Obrera  Argentina hasta la revista de filosofía  Minerva  , pasando por  la Society for Exact Philosophy. 
Los ocho tomos de su  Tratado de filosofía básica  , que  aparecieron entre 1974 y 1989, lo hicieron tan famoso en el mundillo  intelectual como sus ensayos periodísticos, muchos de ellos publicados  en LA NACION, en los que demuestra que su estilo es tan punzante como  sus ideas.
Su padre fue un médico y diputado socialista y su madre, una enfermera  alemana. Bunge tiene cuatro hijos: dos argentinos, de su primer  matrimonio, y dos canadienses con su esposa actual, Marta Cavallo. "Los  niños", como les dice él, son todos profesores universitarios: Carlos,  de 69 años, es físico; Mario, de 66, es matemático; Eric, de 43,  arquitecto, y Silvia, de 37, neuropsicóloga.
-Siempre que vuelve al país está condenado a que le pregunten  sobre la actualidad argentina. ¿Qué piensa de los Kirchner?
-No pienso nada, no estoy enterado, no entiendo una palabra de  política argentina. Si antes, en la época de Perón, era difícil de  entender, ahora es casi imposible, a menos que se sea politólogo. Esa  pregunta se la tiene que hacer a un amigo de los Kirchner que es un  eminente politólogo, el profesor José Nun, que ahora va a ir como  embajador argentino a Gran Bretaña.
-Ya lo entrevisté el año pasado. Le dedicó grandes elogios a  los Kirchner.
-¿Ah, sí? No sabía. Estuve en una reunión con él y me impresionó  mucho lo que sabe. Me parece bien que los intelectuales, en particular  los científicos, tomen posición, pero también que guarden su distancia  respecto de la política partidista. Y, sobre todo, respecto de los  gobiernos. Trabajar para un gobierno, compromete.
-¿Los intelectuales tienen que ser políticamente asépticos?
-Exacto.
-Pero usted no es aséptico, sino un intelectual de  pensamientos políticos tajantes.
-No se debe perder la objetividad. Unos amigos me dijeron que el  Gobierno es malo, pero los opositores son aún peores. La gente del  Gobierno comete muchas irregularidades, tal vez deshonestidades, pero,  al menos, no es reaccionaria.
-Muchos encuentran rasgos parecidos entre los gobiernos de  los Kirchner y el primer gobierno peronista. ¿Es así?
-No lo sé. En la época del primer peronismo, y durante muchos años,  yo fui gorila porque en el terreno de la cultura el peronismo no dejó  nada positivo. Al contrario, arrasó con lo poco que había. Pero con el  correr del tiempo comprendí que el peronismo tenía algunos aspectos  buenos.
-¿Por ejemplo?
-El voto de la mujer, transformar los territorios en provincias,  hacer un plan de construcción de empresas hidroeléctricas. Hablar sobre  la reforma agraria estuvo bien, pero no la hizo. Prometió una cantidad  de cosas que no realizó y así engañó a mucha gente. Ya no soy gorila,  aunque lo fui, y el motivo principal fue porque Perón degradó la  educación y la cultura y, además, realmente no fue muy democrático.
-¿Entonces dice que ya no es gorila?
-No, soy mono tití (risas). No soy ni gorila ni chimpancé.
-¿Y qué cambió en usted?
-Eramos tan apasionadamente antiperonistas que no fuimos capaces de  hacer un análisis objetivo del peronismo. Más aún, usábamos categorías  políticas europeas. Creíamos que el peronismo era una forma de fascismo.  Y no lo es: es original, es un tipo de populismo. Creíamos también que  Perón era bruto. Es falso. Era inteligente, no sólo habilidoso, y tenía  cultura histórica, al fin y al cabo era profesor de historia militar en  el Colegio Militar. Lo menospreciamos y por eso no lo entendemos. Gino  Germani, que fue el fundador de la sociología moderna en la Argentina,  se fue del país en 1966 y al año siguiente me visitó en Montreal. Le  pregunté: “¿Por qué te fuiste de la Argentina? ¿Por la persecución? No  -me dijo-, me fui porque fui incapaz de entender al peronismo. Todavía  hoy no lo entiendo”. Y es así: quien no entiende al peronismo no  entiende el país.
-La incomprensión del peronismo es casi lógica, por ejemplo,  cuando se ve que conviven la izquierda, la derecha, el centro.
- Sí, pero hay ciertos aspectos que son muy originales. Por ejemplo,  Perón quiso modernizar la Argentina. También otros militares  progresistas como el general Savio o como el fundador de YPF, el general  Mosconi. El partido dominante, conservador, no quería modernizar nada.
-En la Argentina tenemos siempre la sensación de estar  comenzando una etapa nueva que nunca es exitosa. ¿Hay responsabilidad de  los dirigentes o de toda la sociedad?
-Es una característica argentina: destruir y empezar después de  nuevo.
-¿Y a qué lo atribuye?
-No lo sé.
-Entiende más al peronismo que a la sociedad argentina…
-Me fui hace más de medio siglo del país. Estoy mucho más enterado de  la política norteamericana y canadiense que de la argentina. Y éste es  un país muy complejo, mucho más que los Estados Unidos. Allá hay un solo  partido con dos alas: el ala republicana y el ala demócrata. Y, a su  vez, el ala demócrata se divide en dos partidos, republicano y demócrata  (se ríe).
-Lo que no cambia en usted es su enfoque muy crítico de los  Estados Unidos.
-Sí, aunque insté a mis dos hijos canadienses a que fueran a estudiar  a los Estados Unidos porque las universidades son mejores que las  canadienses. Ser completamente antigringo es absurdo, es de  reaccionario: en Estados Unidos está lo mejor junto con lo peor.
-Quizá esté más cómodo en Estados Unidos que en Europa porque  allí hay más pensadores posmodernos… ¿Tanto le molestan?
-Sí, paralizan el pensamiento. Cuando se repiten frases imbéciles  como las de [Martin] Heidegger, o demenciales como las de [Edmund]  Husserl, o muchas de [Georg] Hegel, no se puede pensar en forma  racional. Por ejemplo, la definición que da Heidegger en su gran libro El  ser y el tiempo : “El tiempo es la maduración de la temporalidad”.  O en su Carta sobre el Humanismo dice: “El ser es ello mismo”.  ¿Qué significa todo eso? Absolutamente nada. Es para engrupir a la  gilada.
-¿Y usted se considera moderno?
-Soy preposmoderno (risas).
-Si critica a aquellos filósofos, ¿qué queda para los  actuales? ¿Respeta a alguno?
-Los pensadores profundos hoy están refugiados en la matemática, la  física, la química, la teología y en algunas ciencias sociales como la  historia o la sociología. También faltan pensadores profundos en la  economía: no hay ningún economista, de izquierda o de derecha, que le  llegue a los talones a John Maynard Keynes, el fundador de la  macroeconomía moderna. No hay nuevas teorías: falta un nuevo Keynes que  no les tenga miedo a las matemáticas, a la estadística.
-¿Por que lo decepcionó el presidente de los Estados Unidos,  Barack Obama?
-No cumplió ninguna de sus promesas y, además, cometió un acto  inmoral: aceptar el Premio Nobel de la Paz al mismo tiempo que era  comandante en jefe de dos ejércitos invasores. Más aún: reforzó la  cantidad de soldados en Afganistán y no cerró ninguna de las 860 bases  militares que tiene Estados Unidos en el extranjero.
-¿Le parece que Obama nunca tuvo intención de hacerlo o se  encontró con una maquinaria que se lo imposibilitó?
-Los científicos sociales no deberían especular sobre la mente de los  personajes. Sabemos que cuando entró en la Casa Blanca, Obama entró en  una prisión muy bien custodiada por la enorme burocracia, los militares,  el Partido Republicano y la derecha de su propio partido. Tiene las  manos atadas, pero en su caso yo habría denunciado eso y habría  renunciado a la presidencia. Porque él llegó al poder con la consigna  del cambio y nada esencial puede cambiar por los intereses creados, por  la corrupción profunda.
-Algunos imaginaron que la crisis financiera internacional  iba a permitir que surgiera un capitalismo distinto, más “sensible”.  ¿Estamos a tiempo de esperar algo semejante?
-Hubo cosas positivas y negativas. Hay que empezar por averiguar por  qué China y la India son los dos únicos países en el mundo cuya economía  ha crecido en los últimos doce meses. Ambos son proteccionistas y no  son neoliberales. La India se ha salvado de los tsunamis financieros, en  particular, porque regula el mercado financiero y no permite las  especulaciones. Y a China le falta democracia, pero también está  avanzando en ciencia y técnica a pasos agigantados. A propósito de esto,  ¿sabe cómo se manejan la finanzas internacionales en este momento? Hay  un cuento que lo ilustra. En un pueblo turístico de Europa, llega de  pronto un alemán muy rico al único hotel del lugar, deja en el mostrador  un billete de cien euros y le dice al dueño: “Me gusta mucho el lugar y  quiero estudiar la posibilidad de pasar una semana acá. ¿Me permite  mirar las habitaciones?” “Sí, suba, las habitaciones están todas  abiertas”, le responde el dueño del hotel, que sale corriendo y le lleva  el billete de cien euros al carnicero para saldar una deuda. El  carnicero sale corriendo con el billete para pagarle al proveedor de  alimentos para sus cerdos. A su vez, el proveedor de alimentos para  cerdos va corriendo con ese billete y le paga a la prostituta una deuda  por sus servicios. La prostituta toma el mismo billete de cien euros y  lo deja en el mostrador del hotel para pagar la deuda que tiene por  haber alquilado las habitaciones. Entonces, al cabo de un rato, baja el  turista alemán y le dice al dueño del hotel que no le gusta ninguna de  sus habitaciones, toma el billete y se va. Han transcurrido nada más que  cinco minutos, nadie hizo nada, nadie produjo nada, pero todo el mundo  está feliz porque todas las deudas han sido saldadas (risas). En esto  consisten las grandes finanzas. Detrás de estas grandes manipulaciones  no hay nada. Hay gente que se arruina, pero nadie se beneficia. Es  monstruoso.
-¿Le gustaría volver al país?
-Claro, me gustaría mucho. Pero invertimos el producto de la venta de  una casa en un departamento en Montreal y no nos queda plata. Y acá,  además, no me necesita nadie. En la Facultad de Filosofía, por ejemplo,  no me han invitado. Me invitaron una sola vez, en 1985. Nunca más.
-¿No se siente reconocido por sus pares?
-No, para nada. Mis libros no son usados ni recomendados en ninguna  facultad.
-¿Por qué?
-Porque no están al día. Además, mis libros huelen demasiado a  ciencia y ese olor no es el perfume preferido de los filósofos  argentinos. Y la filosofía de la ciencia estuvo dominada casi desde que  me fui por gente que no tiene la menor idea de lo que es la ciencia y  que, para peor, defendía a seudociencias como el psicoanálisis.
-¿Usted no tiene una fijación contra el psicoanálisis? ¿Lo  habló con su psicólogo?
-(Risas) Es un fenómeno típicamente argentino. En el resto del mundo,  el psicoanálisis ha sido olvidado. Pero la Argentina es un país muy  conservador. Cuando yo tenía 16 o 17 años, cualquier adolescente se  entusiasmaba con el psicoanálisis por el tema del sexo. Nos dábamos  cuenta de que [Sigmund] Freud no tenía la menor idea del sexo y las  pocas ideas que tenía eran equivocadas. Por ejemplo, el orgasmo vaginal o  el complejo de Edipo no existen. Cualquiera se hace psicoanalista sin  la menor formación científica.
-¿Cree que muchos no le perdonan ese tipo de posturas en la  Argentina?
-Claro, porque les arruino el negocio. En 1985 vine al país invitado  por una asociación de psicología y algunos justamente me pidieron:  “Doctor, no nos arruine el negocio; vivimos de eso”. Lo mismo me dijeron  en un congreso en España cuando ataqué a la microeconomía neoclásica y  demostré que sus postulados eran falsos. Entonces dos profesores me  dijeron: “¿Y qué vamos a enseñar?” Yo les dije: “¿Y por qué no enseñan  algo inofensivo como trigonometría?”
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MANO A MANO
Mario Bunge me hizo sentir viejo. La charla que tuve con él me  atrajo, me instruyó, me entretuvo, me despertó adhesiones y rechazos,  pero en muy pocos momentos pude sacarme de la cabeza la imagen de ese  veterano tan jovial soplando las 90 velitas. Mi sensación senil se  acrecentó cuando Bunge me mostró su nuevo chiche tecnológico: un libro  electrónico en el que lleva las obras completas de Tolstoi, Cervantes y  Proust. El único indicio concreto de su edad es un ligero problema de  audición. En el fluido diálogo abundaron sus recuerdos más remotos (lo  envidié porque a veces no me acuerdo ni de lo que hice ayer) y sus  incendiarias definiciones en las que destroza al peronismo (al que trató  mucho mejor que en otras notas), el psicoanálisis, los economistas, la  homeopatía y el rock. ¿Es transgresor o se hace? No parece decir nada  por compromiso ni para hacer honor a su fama. Al final, admitió con  culpa que debería hacer más ejercicio: camina un poco y practica  natación sólo en el verano. Hay algo que extraña de su juventud:  practicar remo en el Tigre. “Remar contra la corriente es único”, me  dijo. Y allí entendí que eso es lo que él se pasó haciendo en estos  últimos 90 años.
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